Tras limpiar de chusma trasgoide el ruinoso Templo del Mal Elemental, el grupo –particularmente el minotauro- se había ganado la aprobación de ciertas personas del pueblo, aunque en sus visitas seguía reinando una hostilidad abierta de los lugareños, víctimas de su ignorancia y sus afincados prejuicios.
De pronto, con paso lento pero sin vacilar, un viejo salió de la espesura arbórea cercana al camino portando un atillo del que colgaba una bolsa vieja y ajada.
El grupo se puso en guardia, mas pronto se tranquilizaron pues el cazador (llevaba un conejo en la otra mano) les saludó sin ademanes agresivos. Charlaron un poco y pronto se dieron cuenta de que aquel tipo tenía demencia senil, aunque conservaba sin merma alguna sus capacidades físicas en el bosque.
Le preguntaron sobre su objetivo actual, la Barbacana del Foso.
El viejo comenzó a gritarles, fuera de sí, que se mantuvieran alejados de aquel emplazamiento del mal. Les contó que últimamente había visto movimientos extraños (por eso se dirigían allí) y no sólo eso, también aseguraba haber visto ¡un DRAGÓN AZUL!
“Chiflado”, murmuraron para sí, una vez se hubieron despedido amigablemente.
El camino terminaba justo allí. La descripción dada coincidía. Un foso de agua putrefacta rodeaba el fortín que antaño había sido la punta de lanza del Mal Elemental. El aire enrarecido por los vapores y una bruma poco densa hacían más inquietantes sus aledaños.

Cuando estaban cerca del puente levadizo, observaron huellas recientes. Alguien había pasado ya por allí. De pronto, una rana gigante se les abalanzó. No obstante, no les dio muchos problemas y la facturaron a los Nueve Infiernos de Baator en un periquete.
Entraron a la plaza militar cruzando el puente. Un olor a muerte procedía de la estructura interior, que poseía una entrada ancha que algún día tuvo una puerta para sellarse. Antes de entrar, buscaron indicios en la plaza, algo que les ayudase previamente a cruzar el umbral hacia la oscuridad.
De pronto, el cuervo que era compañero animal de la maga graznó algo parecido a:
“¡Alas! ¡Alas!”- A la vez que batía las suyas propias.
Un majestuoso dragón azul surgió de la oscuridad, haciendo que temblara la entrada.
Paralizados sin saber qué hacer, asistieron al espectáculo que proporciona ver a un dragón usar su arma de aliento. En este caso, un relámpago azulado y chispeante que literalmente frió al clérigo, a la maga y a su cuervo. Sus cuerpos, todavía retorcidos por la tensión generada en sus músculos, cayeron al suelo como muñecos.
Tal escena sumió en desesperación al resto. Pero armándose de valentía el minotauro plantó cara al monstruo y tras un duelo encarnizado cuerpo a cuerpo se alzó con la victoria, mucho más amarga que de costumbre.
No siguieron explorando aquel día. Volvieron a Hommlet a llorar a sus compañeros.
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